Hace pocos días leíamos en la prensa que tres años más tarde del accidente en la central nuclear de Fukushima, y a pesar de que para el encargado de salud de su gobierno, uno de los mayores expertos de tiroides de Japón, “aún no ha pasado suficiente tiempo para sacar conclusiones, siendo necesarias nuevas investigaciones”, lo cierto es que la cifras oficiales de niños y jóvenes con cáncer son cuatro veces mayor que la media mundial en estas edades, dándose 13 casos por cada 100.000 habitantes.

Y es que aunque en la mayoría de los pacientes no se sabe la razón específica por la que se desarrolla el cáncer de tiroides, el único factor de riesgo que se conoce fehacientemente  es la exposición a radiación ionizante, bien por irradiación terapéutica, bien por contaminación ambiental, generalmente asociada a accidentes nucleares.
Se conoce también que la irradiación multiplica por 10 el riesgo de aparición de nódulos benignos, pero si un paciente presenta un nódulo tiroideo y tiene historia de irradiación de cabeza o cuello tiene un 40% de posibilidades de que dicho nódulo sea maligno.
Estas radiaciones afectan además en mayor medida a niños e inducen cánceres principalmente de tipo papilar multicéntrico y más agresivo.
Conocida por tanto la relación entre la exposición a irradiación ionizante y el cáncer de tiroides, la primera pregunta que inmediatamente nos surge es si existe alguna posibilidad de prevenirlo.
Para la Dra. Álvarez Escolá, médico del servicio de endocrinología  del Hospital Universitario de la Paz, la administración de yoduro potásico ha demostrado ser un buen instrumento para la prevención. Tras el accidente de Chernobyl, se administró yoduro potásico a un amplio sector de la población polaca y el programa fue considerado un éxito, tanto por la reducción de los efectos de la exposición a la radiación como por la escasez de efectos secundarios.

Pero ¿Qué cantidad de radiactividad es nociva para la salud?

En primer lugar conviene recordar que la radiactividad esta en todas partes y que su exposición no siempre resulta nociva. Asimismo sus efectos sobre la salud son complejos, dependiendo de la dosis absorbida por el organismo, del tipo de radiación, ya que no todas son igualmente nocivas (la radiación gamma por ejemplo es siempre dañina mientras que la radiación alfa o beta es relativamente poco peligrosa fuera del cuerpo, aunque sí lo es inhalada) y de los órganos expuestos.
Además, no todo nuestro cuerpo absorbe por igual la radiactividad. Los tejidos y órganos más sensibles a las radiaciones son los menos diferenciados y los que muestran más actividad reproductiva. Para la Ley de Radiosensibilidad, son tejidos altamente radiosensibles el epitelio intestinal, órganos reproductivos (ovarios, testículos), médula ósea y glándula tiroides, mientras que las neuronas y los huesos son considerados poco radiosensibles, razón por la cual el cáncer de tiroides es más común ante estas exposiciones.
La radiactividad se suele medir en milisieverts y la dosis efectiva que se considera que empieza a producir efectos en el organismo de forma detectable es de 100 mSv (10 rem) en un periodo de 1 año.. Esto es válido para la población general porque para las personas que trabajan con radiaciones ionizantes, los niveles admitidos son diferentes.
Para hacernos una idea real de estos datos, por ejemplo en España tenemos una exposición media anual de 2 a 3 mSv (milisieverts), una radiografía dental supone una exposición de 0.005mSv, una radiografía de columna 1,5mSv, un TAC de cabeza 2 y un TAC de abdomen o pelvis 15.

¿Cómo protegernos?

Para entender las medidas de protección es importante conocer que:
La radiactividad es acumulativa
Se emite en todas direcciones
Las fuentes radiactivas van perdiendo fuerza con el tiempo y por último que
La capacidad de absorción de los tejidos es diferente.
En consecuencia, la estrategia para protegeremos de la radiactividad será alejarnos en la medida de lo posible de su fuente (cuanto más lejos, menos radiación te llegará), exponernos el menor tiempo posible (puesto que es acumulativa y además va perdiendo fuerza con el tiempo) y utilizar en su caso escudos de protección (en nuestro caso esto nos ayudará a comprender la necesidad de permanecer en una habitación plomada cuando nos administran el yodo radiactivo).
Por último, es interesante conocer que algunos tipos de radiación hacen que las sustancias con las que chocan se vuelvan radiactivas pero éste no es el caso del 131I, porque la cantidad de rayos beta y gamma que produce son muy pequeñas y por ello, no hay riesgo de que nuestros objetos se conviertan asimismo en focos de radiación.

Enlaces de interés:

Radiactividad y medidas de autoprotección
Consejos de radioprotección
Recomendaciones para la habitación plomada