La investigación científica en el campo de la medicina nuclear ha avanzado cambios en algunos métodos de diagnóstico así como en el tratamiento a aplicar en pacientes con cáncer de tiroides.

La principal novedad médica, avalada por investigaciones recientes, es la tendencia a ir reduciendo las dosis de radioyodo en los tratamientos de pacientes que no son de alto riesgo. Si bien hasta ahora el nivel de yodo radioactivo en los tratamientos para la ablación de restos postquirúrgicos solía variar, dependiendo del paciente, entre 70 y 150 mCi, la nueva tendencia terapéutica apunta a nuevas dosis más generalizadas de 30 mCi

En este sentido, la Dra. Mercedes Mitjavila, jefa de la Unidad de Medicina Nuclear del Hospital Universitario de Puerta de Hierro de Madrid, asegura que “cada vez se está intentando que las dosis de radioyodo que se den sean menores”, si bien, continúa, “aunque todos tengan cáncer de tiroides cada paciente es diferente y, según los riesgos habrá que seguir aplicando o no dosis mayores”. Es decir, el objetivo es poder adecuar de forma más concreta las dosis de radioyodo a los riesgos de recidiva tumoral, del paciente, con el objetivo de evitar la sobreactuación.

 

 

¿Por qué ahora dosis bajas de radioyodo?

En los últimos años, los avances en la precisión de las  técnicas de imagen han permitido un diagnóstico más precoz de los carcinomas de tiroides, llevando a detectar una proporción mayor de microcarcinomas, la mayoría del tipo papilar, que presentan, a priori, un pronóstico excelente.

Durante los últimos años, el debate médico con frecuencia se centraba en valorar la conveniencia o no de administrar una dosis ablativa de radioyodo a estos pacientes. En la actualidad y gracias a diversos estudios que han demostrado la eficacia ablativa de las dosis de 30mCi -dosis que suponen también un gran ahorro para el sistema sanitario al ser 30mCi justo el limite a partir del cual se requiere hospitalización-, se puede contar también con esta opción que, en parte aúna, para el paciente, las ventajas de una y otra postura.

 Por un lado, se evita administrar al paciente dosis más altas de yodo radioactivo, y junto a ellas el riesgo de efectos secundarios asociados. También el paciente se evita, si no el proceso de preparación al radioyodo, sí la estancia en una habitación plomada y parte de las molestias que suponen las medidas de radioprotección posteriores. Por otro, se mejoran para una gran cantidad de casos los resultados de la cirugía y, gracias a la ablación, el paciente se beneficie de poder contar con  la tiroglobulina (Tg) como marcador tumoral, una ventaja nada despreciable.

Esto es así, porque la única fuente de Tg circulante es el tejido tiroideo. Tras la ablación debe ser indetectable,  y cualquier alza en la misma implicaría una posible recidiva tumoral. Sin esta ablación se pierde en gran medida la sensibilidad diagnóstica de este marcador, con la consiguiente inseguridad que esto podría generar.

A pesar de estas primeras y esperanzadoras conclusiones positivas, la mayoría de expertos en medicina nuclear aconsejan valorar cada caso de una forma muy concreta y detallada por un equipo multidisciplinar.  Aunque la tendencia en el futuro vaya dirigida a reducir las dosis de radioyodo,  incluso suprimirlas,  lo que nunca va a cambiar es que las dosis seguirán variando dependiendo del factor de riesgo de recidiva tumoral, de cada paciente.

En este sentido, y a efectos de orientación general, podemos entender por perfiles de bajo riesgo aquellos pacientes de menos de 50-55 años, con tumores unifocales  de menos de 1 cm, con cirugía completa, sin invasión capsular ni extensión ganglionar, con histología favorable como son los papilares en los que no aparezcan células altas, columnares, esclerotizadas, solidas o trabeculares,  entre otros elementos del historial clínico a valorar por los especialistas.

En este sentido, el consejo al paciente iría en la línea de formarse y valorar su historial, así como su propia capacidad de riesgo, para que pueda comentar con sus médicos la mejor actitud terapéutica a seguir en su caso concreto.

PET-TAC

Por ultimo, y como recoge la Dra. MItchavilla, cada vez se está utilizando más una nuevas técnicas de diagnóstico, el Pec-tac,  lo que supone un gran avance a la hora de detectar los tejidos tiroideos en pacientes con niveles de tiroglobulina elevados, pero con rastreos negativos, erigiéndose el PET-TAC en una técnica de imagen  fundamental para guiar después la cirugía o determinar el tratamiento más adecuado.